La regeneración de la democracia española: que partidos y sindicatos vivan solo de las cuotas de sus afiliados

«LOS TRES mejores cargos que se pueden tener en el mundo -me decía ayer un diplomático de coña marinera- son: Papa, Reina de Inglaterra y dirigente de UGT». Asombran los sueldos que los representantes sindicales perciben como consejeros de Bancos, Cajas públicas y otras instituciones. Acariciarse las bolas en un Consejo de Administración una vez al mes, por 200.000 euros al año, supone un sacrificio heroico en defensa de los trabajadores. Un centenar de dirigentes sindicales se multiplican por Cajas, Bancos e instituciones públicas. Pero, con todo, no es eso lo más escandaloso. José Ricardo Martínez, además de sacrificarse por 181.000 euros en Caja Madrid, amén otras prebendas, resulta que, de confirmarse el dato, es un liberado sindical desde hace 20 años. Paga una empresa pública y él no da golpe ¡Qué tío! Veinte años cobrando y sin dar un palo al agua, menudo chollo. Se dedica, eso sí, a vociferar en las manifestaciones y a vivir como un duque del siglo XVIII.

Siento un profundo respeto y una admiración creciente por Marcelino Camacho y su gran obra sindical. También por Nicolás Redondo. Me repugna comprobar que los ejemplares sindicatos por ellos organizados y que facilitaron la Transición se han convertido en un negocio y en agencias de colocación en favor de parientes, paniaguados, amiguetes y enchufados de los dirigentes sindicales. El escándalo es mayúsculo. Los sindicatos no pelean ya por los intereses de los trabajadores sino por los intereses económicos de las propias centrales sindicales. Se justifican imponiendo exigencias excesivas que han arruinado a decenas de millares de empresas. Como ha demostrado José Luis Feito, presidente del Instituto de Estudios Económicos, «las centrales sindicales, con un sindicalismo a veces decimonónico, nos ha conducido, en gran parte, a un paro demoledor».

Casi cuarenta años después, la admirable democracia española de la Transición se ha viciado y precisa de una profunda regeneración, tal y como exigen los sectores más responsables de las nuevas generaciones. Esa regeneración pasa por una limitación legal de los ingresos de los sindicatos y los partidos políticos, financiados hoy al 90% con dinero público, que se despilfarra, por cierto, sin tino ni tasa. La regeneración de la democracia española está pidiendo a gritos una ley que reduzca los gastos de partidos y sindicatos a lo que ingresan por las cuotas de sus afiliados. Llevo varios años reiterando esta propuesta y me complace comprobar que ha sido asumida por Rosa Díez y su partido. Hay que terminar con el maná de las subvenciones, los patrocinios, las prebendas, a costa del dinero de los contribuyentes, sangrados hasta la hemorragia por los gobiernos municipales y autonómicos, amén del central. Aparte de las asignaciones directas e indirectas que enriquecen a partidos y sindicatos, los ciudadanos les pagan también por cada elector, por cada voto conseguido, por diputados y senadores elegidos, por correo y publicidades electorales, por la biblia encuadernada en pasta, y nunca mejor dicho, lo de la pasta, claro.

¿Habrá alguien capaz de ponerle el cascabel al gato? ¿Habrá alguien que establezca límites a los abusos de los partidos y sindicatos? ¿Es que no ha llegado el momento, zarandeados como estamos por una crisis acentuada en parte por el derroche político y sindical, de promulgar la ley que reconduzca su situación y regenere la democracia viciada? Nos tememos que no. Son ellos lo que se adjudican a sí mismos asignaciones y subvenciones, prebendas, ingresos electorales y el rosario interminable de las más variadas prebendas. Está claro, sin embargo, que la regeneración de la democracia española pasa por que los partidos políticos y las centrales sindicales vivan solo de lo que ingresan a través de las cuotas de sus afiliados.

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.